Yo tengo una extraña costumbre: me compro libros que a veces no leo. Me llama la atención el autor, la novedad del tema y el impacto que puede generar en mi; sin embargo, el libro permanece en el estante hasta que por alguna razón lo empiezo a leer.
Justamente hace más de un mes me compré el libro “Lo que los niños aprenden del matrimonio de sus padres”, escrito por Judith P. Siegel, terapeuta con mucha experiencia en parejas y en familias.
El libro, del cual solo he leído dos capítulos de nueve, tiene una propuesta interesante: nosotros somos el resultado de nuestra percepción de nuestros padres y nuestros hijos serán el resultado de lo que ya han percibido y vayan a percibir de nuestro matrimonio. Suena a trabalenguas, pero la base es sencilla. La mayoría que hoy tiene más de 30 años ha nacido y crecido dentro de una familia aún unida, en la cual hemos visto como interactúan nuestros padres. Algunas cosas hemos incorporado de manera conciente (por ejemplo: el interés por el orden de las cosas), otras las hemos desechado de manera conciente (por ejemplo: la falta de cariño expresivo) y un grupo no menos importante hemos incorporado de manera inconciente (por ejemplo: la forma de resolver conflictos).
Entonces, cada uno de nosotros tiene una carga conciente e inconciente que va alimentando en la infancia dentro del hogar y la consolida con la adultez y la relación con otras personas. Y esta forma de ser se complementa cuando nos casamos. Obviamente el tema se vuelve más complejo, porque es necesario interactuar permanentemente con una persona que tiene una carga posiblemente muy diferente a la nuestra. El saber encontrar un nuevo modelo es un reto que a la mayoría de matrimonios les puede significar toda la vida de pareja.
Todo lo anterior tiene más relevancia cuando llegan los hijos. Porque el ciclo se repite y ellos empezarán a formarse respecto de lo que observen de sus padres. Entonces, las parejas deberemos tener una motivación adicional para saber cómo pensar, decir, actuar e interactuar en familia.
En el primer capítulo he encontrado algunas reflexiones que quisiera compartir con ustedes, para que puedan sacar sus propias conclusiones.
- Los niños hacen lo que ven, no lo que les dicen que hagan. Si queremos mejorar la forma cómo nuestros hijos tratan a los demás, entonces tenemos que reflexionar sobre cómo nosotros tratamos a los otros y cómo los hijos están aprendiendo de ese comportamiento.
- Los hijos son observadores agudos del matrimonio de los padres… aún cuando éstos no se den cuenta! Y esto lo hacen con la finalidad de darle sentido a su pequeño mundo.
- Los pequeños observan a los padres tanto en su forma de interactuar como de manejar situaciones juntos. Si los padres saben tomar decisiones conjuntas, entonces el procurará hacer lo mismo en su vida adulta; pero, si en casa las decisiones se tomaban de manera autoritaria, entonces es muy probable que replique dicho comportamiento.
- Los niños de diferentes edades definen al “familia” de manera bastante diferente. Los preescolares son egocéntricos y piensan sobre todo en cuáles adultos ciudan de ellos. Los niños de edad escolar son más objetivos y definen la familia según su historia y sus arreglos de vivencia. Los adolescentes utilizan conceptos más complejos como reciprocidad y la naturaleza de la relación entre padres e hijos.
- El esquema mental del niño se basa en las relaciones que observa, pero se trata en esencia de una creencia construida por el niño mismo, abierta a sus interpretaciones y relaciones emocionales.
- Este esquema va evolucionando en el tiempo, lo cual representa una posibilidad para los padres para mejorar constantemente su modelo matrimonial y transmitir cosas positivas al bebe, niño y adolescente.
- Asimismo, cada hermano o hermana evaluará su vida familiar de una manera diferente y desarrollará su propia “realidad privada”.
- Gran parte de lo que los niños observan acerca del matrimonio de sus padres se convierte en información “tácita”, creencias que solo son aparentes mediante la forma en que se interpretan los sucesos y se reacciona frente a ellos. Sin embargo, las creencias sobre cómo debe ser un matrimonio se pueden rastrear a aquello a lo que se vio expuesta la persona en su familia de origen.
- Otra manera de entender la forma en que sus hijos se ven afectados por su matrimonio es mediante el proceso psicológico de la identificación: la forma en que modelan de acuerdo con los adultos que son importantes en su vida cotidiana.
- A los niños no necesariamente les gustan todas las características de sus padres, y no siempre aceptan los modelos de roles que les han dado. Esto se hace más evidente a medida que van creciendo e intentan diferenciarse de sus padres, volviéndose más como sus compañeros, las estrellas de los medios o sus héroes deportivos.
- Dentro de cada uno de nosotros existe un modelo de matrimonio basado en nuestras experiencias familiares tempranas. El problema es que gran parte de esto se conformó cuando éramos demasiado jóvenes para entender a cabalidad de qué se trata en realidad el matrimonio.
- La consecuencia de la interiorización de las características del matrimonio de los padres en el hijo no se aprecian plenamente sino cuando el niño inicia la edad adulta y se basa en estos aspectos de su identidad para conformar su propia relación de intimidad. Por razones que no se entienden a cabalidad, tal parece que todos necesitamos repetir las vulnerabilidades y las tensiones de nuestra niñez.
- Los niños son sumamente sensibles a los conflictos no resueltos entre sus padres y aprenden que al actuar de cierta manera pueden evitar que un conflicto emerja a la superficie y amenace a la familia como tal. Por lo general, los padres son los últimos en reconocer esto.
- A los padres se les dificulta entender que un niño hiperresponsable, o “perfecto”, quizás tenga de hecho muchos problemas y se sienta confundido. Con demasiada frecuencia, estos asuntos emocionales se ocultan bajo la superficie hasta cuando el niño es casi adulto y empieza a salir en pareja. Una vez más, no sorprende el hecho de que estos adultos jóvenes se sientan atraídos por parejas que afrontan problemas similares, y que repitan la dinámica a la que se vieron expuestos en el hogar de su niñez.
- El conflicto no es lo único que puede crearles problemas a los niños. En algunas familias, existen altos niveles de ansiedad que interfieren con su desarrollo psicológico.
- Los niños también pueden desarrollar dificultades cuando los problemas entre sus padres trasciende los límites de la pareja e interfieren en la relación de cada uno de ellos con el niño. En este caso, los niños están expuestos a información que los distrae de las prioridades de su niñez y les impone cargas abrumadoras. La evidencia se puede notar en corto o largo plazo.
- Los niños también se ven influenciados por las interacciones positivas. Cuando los padres son capaces de manifestar respeto y afecto el uno por el otro y resuelven sus diferencias de manera constructiva, están dándoles un entorno seguro, un excelente modelo de roles y un esquema interior de matrimonio lleno de creencias y expectativas positivas.
- La creencia de las bondades del matrimonio se establece en la niñez y en la adolescencia, y ya se ha formado en los inicios de la edad adulta. Los psicólogos que han estudiado la expectativa positiva y el deseo de intimidad han descubierto que los hombres y mujeres que poseen esta creencia son más felices en sus matrimonios, disfrutan más de la paternidad y maternidad, y también son físicamente más saludables.
Entonces es necesario reflexionar:
- ¿qué imágenes tengo del matrimonio de mis padres?
- ¿Qué imagen quisiera que mi hijo tenga de mi matrimonio?
- ¿cómo me gustaría que sea la vida en pareja de mi hijo?
Recuerden que las respuestas no son correctas o erradas. Lo incorrecto es no tomar una decisión de mejora y aplicarla.